Estaba yo buscando el pasado día de nochebuena una foto para pasársela a un amigo y encontré en el disco duro una foto escaneada de mis inicios en este mundillo de la aviación. Era la foto del Tango. Al lado había una también del Coyote II, mi primer ultraligero.
Como es normal en fechas tan señaladas, uno empieza a echar la vista atrás sobre lo bueno que nos ha pasado durante el año, y pensando que, en no tardando, los recuerdos es fácil que se los lleve el alemán ese que nos esconde las cosas, me dio por pensar: -¿Y porqué no busco una foto de cada aeronave que he tenido y anoto un poco la historia de cada una?. Sería como hacer una historia de mi actividad aeronáutica.
Así surgió este blog, como una forma de recordar lo inolvidable, pero compartiéndolo con los demás, que es lo mejor de este mundillo: compartir las buenas experiencias con los que quieran escucharlas.
Así que me puse al lío:
De mi primera aeronave no tengo fotos. Yo tendría unos 5 años y ya, después de sacar los juguetes del armario donde se guardaban, me metía en él, tumbado todo lo largo que era con una tabla de madera en la que había pintado con ceras unos relojes copiados de la revista Flaps de mi padre a modo de panel de control y un palmo de palo de escoba, aprovechando que se había roto sin querer queriendo, que hacía las veces de palanca de mandos. A una media de unas dos horas diarias durante 10 años, le habré hecho unas 7.000 horas de vuelo. Ni una parada de motor, ni tan solo un pequeño fallo. Aunque yo realmente lo que quería es ser astronauta.

A los 15 años, la sangre de la pubertad fluía por mis venas y mis aficiones pasaron a ser más reales, más humanas y más … palpables. Fué una etapa apartado de la aviación, aunque también disfruté mucho, e igual de placentera si cabe me atrevería a decir.
Terminada la carrera recién casado, las casualidades de la vida hicieron que en el año 1993 me sacara la licencia de ULM y adquiriera con un compañero de trabajo un RANS Coyote II.

Lo compramos a medias para lo que incluso pedimos un crédito. Negro como un féretro, le pintamos el morro de color plata por darle un toque de color. Tenía un motor de dos tiempos (582) y un simple depósito en la parte trasera de 55 litros. Aterrizaba en cualquier sitio. El mejor recuerdo que tengo del aparato es irme todo un verano al pantano por la mañana temprano antes de ir a trabajar a desayunar con unos amigos allí acampados.
Pero mi querido colega lo destrozó contra el suelo por hacer lo que no hay que hacer. Gracias que no le pasó nada a él ni a su mujer que iba con él, pero seguimos la máxima de «El que rompe paga y se queda con los cascos» y me quedé a la par sin Coyote y sin amigo.
En el entreacto, habíamos adquirido muy barato un Tango II, junto con un tercer amigo. Al quedarme sin Coyote, solo me quedaba el Tango.

Fue una grata sorpresa. La verdad es que era muy divertido. Ir al pantano a desayunar ahora no era más un paseo, era una aventura. Y si se levantaba el viento, era una odisea. Al primer fallo de motor que tuvo, después de un aterrizaje de emergencia de libro, mi amigo decidió dejar de volar mientras que a mi me dio la confianza de seguir volando. Había pasado de ser un piloto al que se le pararía el motor a ser un piloto al que se le había parado el motor.
A la par, mi «socio» del Coyote que era, según él mismo, un negociante nato, me vino con un Chiquinox que le endiñaron unos amigos que le tenían en alta estima. O no tan alta, porque desde entonces yo creo que existe la «alta estima con efecto suelo». Embaucó a otro colega y lo hizo partícipe de su negocio. La cosa es que pase a ser también propietario de una tercera parte de una mierda cara. No tengo foto del aparato, pero un día que se puso a 90 grados por una pequeña térmica, planteé la posibilidad de venderlo o pegarle fuego.
Con mi socio fuera ya del tema después del accidente y mis colegas copropietarios del Tango y del chiquinox que querían vender, y yo que quería evolucionar a algo más y sin socios, se vendió el Tango a un portugues, el Chiquidemonio a un Navarro y en abril de 1997 compré un KIT para construirme un avión acrobático. Era un RANS Sakota.

Hizo su primer vuelo en Julio de 1998, con un motor de dos tiempos, el más barato. Era un buen avión pero con ese motor muy limitadito. De esa etapa recordaré siempre un vuelo volviendo de Zaragoza que se me cerró de nubes y tuve que ascender hasta 12.500 pies, volando ala a ala con un quebrantahuesos de los pocos que habitaban ya el Moncayo y que era casi más grande que mi avión.
Me surgió la posibilidad de adquirír un Coyote I, muy muy barato, en un estado lamentable, en Alicante.

Lo reconstruí e invertí en él un poco: telas nuevas, niquelé el tubo de escape, entelé y pinté el fuselaje con sobrantes del Sakota. Se quedó mejor que nuevo. Volaba muy bien. Un monoplaza ligero. Era espectacular, tanto que un conocido lo vio, se enamoró y me lo quitó de las manos. Con la venta cambié el motor del Sakota que le metí uno de cuatro tiempos de segunda mano.
En Septiembre del año 2001 promuevo el aeródromo de Navalcaballo. El resultado fue que un año después, en septiembre de 2002, como premio a la iniciativa aérea en Soria, me echan del aeródromo de Garray y tengo que llevarme el Sakota a Sigüenza malvendiéndo el hangar. La distancia hasta Soria y una pista justita para mi Sakota, hacen que en 2004 me desprenda de él, pero la transacción fue lo suficientemente buena como para poder adquirir la mayor parte de un autogiro, que lo tenía muy claro desde que lo había probado 3 años antes.
Así que en 2004 adquirí mi primer autogiro, un ELA 07, con la promesa del fabricante de que podría certificarlo. Esto era fundamental para poder montar escuela y poder amortizar la compra. Un año después conseguí la primera matrícula certificada de un autogiro en España y monté en octubre de 2006, en la localidad de Tudela, la primera escuela de autogiros de España aprobada por la Dirección General de Aviación Civil, ya que Garray seguía en construcción, dónde finalmente la trasladé en agosto de 2008 cuando se acabaron las obras y se adjudicó la gestión.

Lo cierto es que, siendo el ELA un autogiro de calidades medias y prestaciones aceptables, lo disfruté durante 800 horas e hice grandes rutas con él. Marruecos, Francia, Italia, Portugal … Aunque mi sueño inalcanzable era un Magni Gyro, «el mejor autogiro del mundo».
La proliferación de alumnos en la escuela y que siempre les aconsejaba Magni, hizo que el representante de Magni y amigo, me propusiera en 2007 ser socios y acepté. Era un oportunidad de poder adquirir con el tiempo un Magni. Lo primero que hice fue encargarme de la certificación del modelo M16, lo que conseguí en junio de 2010.
En 2009, Magni Gyro saco un modelo nuevo, el M24, cabinado lado a lado. Siendo representante de la marca y haciendo un ímprobo esfuerzo económico, adquirí uno a nivel personal para vuelos de demostración.

Siempre recordaré el vuelo hasta Estrasburgo, donde hiciera frío o hiciera calor, yo viajaba cómodamente en mangas de camisa.
Una vez certificado el M16, y dado que mi capital estaba bastante mermado con la compra del M24, en el verano de 2010 pude adquirir junto con dos socios, un M16 certificado para escuela, el EC-GA4.

De este aparato tengo grandes recuerdos. Ganó el campeonato de España y la copa del mundo de Cadiz en 2011 así como el subcampeonato del mundo en 2012.
Ciertas tensiones con mis socios del GA4, en 2012 decidí reiniciar. Así que en 2012 vendí mi viejo Nissan-Ela, la participación del M16 y el M24 y adquirí un M16 igualito, el GL9, que con el tiempo se rematricularía en el EC-MAS.

De este autogiro es el que más cariño le tengo. Su vuelo parecía bendecido por el Dios Eolo. Su rendimiento, su nobleza, su dureza. Este autogiro nos hizo a mi hija y a mi, campeones de España de ultaligeros, campeones del mundo y campeones de Europa, además de formar a varios alumnos y darme el placer de volar por toda Europa.
Tambien en 2012 me propusieron ser el represententante de otra marca italiana de aeronaves. Mi experiencia con Magni siempre ha sido buena, así que decidí aceptar y adquirí un Syncro, un avión de ala fija de lo mejor que hay ahora mismo en el mercado.

Es un gran avión, pero tiene el inconveniente de que no es autogiro. Yo ya me he convertido al autogiro. Es un sacrilegio que no lo vuele, ya lo sé, pero está destinado a su venta cuando la economía mejore.
Desde el 1993 hasta el 2016 han pasado 23 años. Empecé pidiendo un préstamo para cumplir mi sueño de volar y lo conseguí, pero para seguir volando, he tenido que construir mi propio avión, montar una escuela y ser representante. Pero merece la pena. He sido campeón, he volado en 14 países y, sobretodo, he ganado muchos amigos. Pero también he ganado enemigos, he sido menospreciado e ignorado, rebajado, insultado y falsamente acusado por l@s incompetentes envidiosos.
El esfuerzo ha merecido la pena, pero en 2016 entendí que era momento de empezar a solo volar.
– Yo… he visto cosas que vosotros no creeríais. (…) Todos esos momentos se perderán… en el tiempo… como lágrimas en la lluvia. Es hora de descansar.
Así que en 2016 vendí con gran pesar de mi corazón, pero sabiendo que está en buenas manos, al Campeón del Mundo. Adquirí siniestrada mi aeronave ideal y la reparé: un autogiro Magni M22, perfecto para viajar, para disfrutar. Para solo volar.

Con este relato quiero animar a todos aquellos que ven que esto de volar es una cosa imposible, que no hay nada imposible. Hay que empezar, simplemente. Si tienes un sueño, síguelo. Pero no es fácil tampoco y detrás de la última foto, hay mucho tiempo y trabajo. Ningún suelo es fácil. Pero yo he cumplido con creces mi sueño y, de momento, voy a seguir cumpliéndolo. ¿Lo mejor de todo?. Haber ayudado a otros a conseguirlo.