LA LARGA, LARGA, LARGA CRÓNICA DE LA X VUELTA IBÉRICA DE ULM.

  • ¡RING!, ¡RING!.
  • I.P. – ¿Marcos?. Soy Isaac. Te llamo porque el próximo viernes por la mañana pasamos por Garray hacia Villanueva de Gállego. A ver si nos puedes repostar.
  • M.Ch. – ¡Hombre!, ¡Mi buen amigo Isaac!. Pues venid el viernes por la tarde, dormís aquí y nos vamos juntos el sábado. Yo salgo el sábado por la mañana hacia Igualada. Había pensado ir a Castejón de Sos que le debo un baile a una amiga, pero ….
  • I.P. – ¡No te enrolles que te llamo desde el móvil!. El viernes por la mañana pasamos, comemos y nos alcanzas en Villanueva. Nos vemos.
  • M.Ch. – Adiós.
  • ¡Tuuu!,!Tuuu!,!Tuuu!

Bueno. Parece que después de llevar un par de meses probando el motor nuevo, ajustando el avión y preparándome para el evento, (lo que menos me costó fue prepararme porque tenía unas ganas del carallo que dirían los gallegos), la cosa empezaba a ponerse en marcha.

Tenía pensado salir el sábado hacia Castejón de Sos, dormir allí y a la mañana siguiente salir pronto hacia Igualada. Pero las cuentas no me salían, porque si la vuelta empezaba el domingo por la mañana, ir desde Castejón hasta Igualada y enganchar con la primera etapa a tiempo no lo veía muy posible, y no me apetecía empezar la vuelta a destiempo. Además, me habían comentado que era el campeonato del mundo de parapente y que para entrar en el valle ese había que ir sorteando parapentes.

Por ello decidí ir directo a Igualada el sábado.

  • ¡RING!, ¡RING!.
  • I.P. – ¿Marcos?. Soy Isaac. Te llamo porque estamos en Valladolid. Vamos a esperar aquí a Antonio y saldremos el sábado por la mañana hacia Soria.
  • M.Ch. – ¡Hombre!. Estupendo. Así nos juntamos en Garray y vamos juntos. Os tengo la gasolina preparada.
  • I.P. – Nos vemos
  • M.Ch. – Adiós.
  • ¡Tuuu!,!Tuuu!,!Tuuu!

Sábado 4. Garray – Villanueva de Gállego – Lleida.

Sobre las diez y media de la mañana llegaron Isaac e Isabel en su molinillo, Juan con el otro molinillo y Antonio con su Canelas modelo Graffiti. Hay que reconocer que son «especiales». Como dirían los Portugueses: «exquisitos».

El día anterior había repostado mi Sakota y lo tenía todo preparado. Sobre el medio día, meadita y salimos para Villanueva de Gállego. El paso por el Moncayo fue agradable para lo que nos tiene acostumbrados. Pero al entrar en el valle del Ebro, nuestro bien conocido amigo cierzo empieza a hacer de las suyas. Aunque mejor, porque el GPS está que se sale. Aterrizamos en Villanueva de Gállego. Poca gente. Se habían ido a Castejón.

– ¡Qué raro! – pensé – Todo el mundo en Castejón. Mañana no llegarán a Igualada.-

La gente de Villanueva se desvivió como siempre y nos llevaron hasta el pueblo a comer. Nos costó encontrar un restaurante porque eran fiestas. Es curioso. Yo pensaba que precisamente en fiestas es cuando los restaurantes tienen que estar abiertos. Que me digas un cinco de febrero encontrarlo cerrado, pues vale, pero en fiestas …. Hay que reconocer que es chocante. Al final, en el restaurante de la gasolinera, comimos estupendamente.

Mientras, hacíamos los planes para llegar a Igualada. Se comentó el dormir en Lleida. Pero si dormimos en Lleida no llegamos por la mañana a Igualada. Bueno, está cerca.

En estas lides, me llaman de mi casa y me dicen que un señor que hablaba raro había llamado para que, por favor, les llevara gasolina, y que como yo no estaba, mi hermano se había acercado a llevársela. Llamé a mi hermano y le pregunté por la descripción, puesto que Isaac y compañía esperaban a Francisco, y claro, al hablar «raro» y él ser portugués supusimos que era él. Al final, era Antonio Costello con su Kit fox. Lo del hablar raro sigo sin entenderlo, salvo por el acento gallego. La cosa es que a la vuelta de la comida estaban en el Campo con Francisco. Les llevamos unos bocatas y después de una siestecita corta nos dispusimos a salir para Lleida.

Yo manifesté mi oposición a dormir en Lleida, porque había que madrugar mucho a la mañana siguiente para llegar a la salida de la vuelta. Me explicaron que la vuelta no salía el domingo si no el lunes, que dejara ya de dar la vara, que si estaba tonto o qué y que qué coño íbamos a hacer en Igualada todo el santo día. Entre tanto «que» y la vergüenza de no enterarme cuando salía la vuelta me callé y me dejé llevar. Se ve que de las ganas que tenía por empezar la vuelta había adelantado la salida en un día.

Salimos para Lleida antes de que bajara el viento. Desde este momento, Francisco y yo fuimos juntos toda la vuelta. Bueno, casi toda. Tenía yo una espinita del año pasado. Coincidimos en una etapa (Cerval – Montargil) pero no pudimos ir juntos porque él llevaba el 912 y yo el 582. Pero este año era distinto. Los dos aviones iguales con el mismo motor prometía. Nos pasamos todo el viaje hasta Lleida diciendo

  • – Pues yo voy a 4.600 rpm.
  • – Pues yo a 4.700
  • – Será por la hélice
  • – Eso será.
  • – Pues a mi me marca 90 millas el anemómetro
  • – Pues a mi me marca mal, así que no te digo lo que me marca.
  • – Pues yo de GPS voy a 165
  • – Pues yo también, y sin mirarlo. Más que nada porque llevamos un cuarto de hora sin separarnos un metro.
  • – Pues el mío … esto
  • – Pues el mío …. lo otro.

Y en estas comparaciones hicimos el viaje hasta Lleida que para cuando quisimos darnos cuenta nos pasábamos el campo. Las coordenadas estaban mal (que raro) e íbamos justo a aterrizar «en medio mitad» Lleida. Al final, gracias a las explicaciones que nos habían dado y a la vista de Francisco, llegamos a la vertical del aeródromo.

Llamábamos a torre pero nadie contestaba. Haciendo la aproximación llegó una avioneta que nos rogó que dejáramos la frecuencia libre, ya que esa frecuencia era para los aviones. ¿Pues no te jode el avionetero este que a los ultraligeros no los considera aviones?. Cuando le comenté, con no demasiado buen tono, que éramos ultraligeros y que queríamos aterrizar nos dio todo tipo de referencias. Luego me explicó que los camioneros utilizan la frecuencia a menudo.

El aterrizaje fue goloso. El sol justo de cara y viento totalmente cruzado. Intenté la aproximación pero la aborté dos veces porque no veía absolutamente nada. Es hora de cambiar el lexán, porque desde que le echaron gasolina por encima no veo un pimiento con sol de cara. Me puse en contacto por la radio y comuniqué mis intenciones de aterrizar hacia el este. Desde la avioneta me confirmaron que sin problemas ya que el viento estaba perpendicular a la pista.

Cuando hacía viento en cola me crucé con el Kit Fox y me imaginé que, como llevábamos la misma frecuencia, se habría enterado. Pues no, Hicimos un aterrizaje sincronizado, yo por un lado de la pista y ellos por el otro. Controlé que ellos no me verían por el sol y que la pista era muy grande y nada más tomar abandoné la pista. Nos quedaba todavía un buen trozo cuando ellos abortaron el aterrizaje. El problema: el sol. Ni se habían dado cuenta que yo aterrizaba.

Nos recibió muy amablemente el piloto de la avioneta, cuyo nombre no puedo recordar, indicándonos que teníamos un hotel en la autopista a un kilómetro de distancia. Atamos los aviones y después de meter dentro del hangar todo lo robable, nos pusimos camino del hotel.

A mitad de camino (que no era medio kilómetro porque no sé como miden los kilómetros en Lleida) se acercó con el coche y nos indicó que por favor, a la mañana siguiente nos esperaría a las nueve para sacar las cosas del hangar, ya que si venía algún otro socio le podían echar en cara el habernos «prestado» el hangar. Pensé en lo tranquilo que estoy yo con un club de un solo socio.

Nos comentó que fuéramos por el camino ya que «a la trocha» había barrancos y tierras de labor. Pensé que lo lógico, ya que éramos un grupo de tres, nos acercara en el coche hasta el borde de la autopista.

Reunidos todos cerca del hotel, intentamos saltar la valla que rodea la autopista. Y digo intentamos porque Juan tenía un ataque de lumbago y, entre su indisposición y la risa que nos dio la situación, casi nos quedamos allí.

Por la noche, a pesar de la insistencia y el empeño que Juan ponía en no dejarme dormir con sus ronquidos, disculpado por otra parte por que tenía que dormir boca arriba debido al dolor de espalda, y por las alarmas de los coches del parking, el rato que dormí, dormí de un tirón.

Domingo 5. Lleida – Igualada

A la mañana siguiente nos negamos a recorrer los tres o cuatro mil metros del kilómetro que nos separaba de la pista y llamamos a dos taxis. Fue bonito el recorrido. Conocimos parte de la comarca en el tour que hicimos. Era el camino más corto, decían.

Cuando llegamos, mis cosas habían desaparecido. Resulta que el amigo que nos recibió había ido muy temprano para sacar las cosas del hangar y estaban en su coche. Antes de irnos, le invité a ir con la avioneta a Garray. Me comentó que había estado hace unos meses y que le habían atendido perfectamente.

– ¿Pues quién? – le pregunté extrañado.

– Un chaval que vuela allí sólo y que es el jefe del campo. Nos trató muy bien. Vino en coche y nos llevó a comer al pueblo. Después volvió por la tarde para acercarnos otra vez al ….

En este momento se dio cuenta que el «chaval» era yo, pero sin barba, y que, mientras yo me había hecho 32 km con el coche para atenderlos, él no había sido capaz de acercarnos un kilómetro hasta el hotel. Rematé la conversación excusándome por ser tan mal fisonomista y no acordarme de él, pero que sí había tenido la sensación de conocerle de antes.

– Lo cierto es que nos atendiste mejor allí de lo que os he atendido yo aquí.

Le reiteré la invitación a acudir a Soria, le agradecí el prestarnos el hangar y todos tan contentos.

Entre pitos y flautas, ponte bien y estate quieta, sobre las once salimos para Igualada. En el viaje, hice unas pruebas con la cámara de fotos que había instalado en el ala del avión.

Como estaba harto de no tener fotos nunca de los viajes, decidí, aprovechando una cámara con disparador electrónico que había conseguido, colocarla en la punta del ala. El sistema es fácil. Se aleja un poco del borde para que no provoque excesivos rebufos y se dispara desde el cuadro de mandos al lado del acelerador. Para encuadrar es sencillo, pues apunta donde apunte el ala.

Se lo comenté a Francisco por radio y se puso a mi izquierda, pero tan junto que pensé que sólo iba a salir el estrobo de su avión.

Cuando llegamos a igualada contactamos por radio.

– Pista en servicio: la tres cinco. – nos dicen- Yo estoy despegando ahora por la uno siete y podéis entrar.

No entiendo. Si está en servicio la tres cinco ¿Porqué sale por la uno siete?. Oigo una voz por la radio que me dice

  • – ¿Marcus?
  • – ¿Si?
  • – ¿Damos una pasada baja en formación antes de aterrizar?

Era Francisco. Para qué quieres más.

  • – Vale, – le confirmo.
  • – Haz tú de lider que te sigo.-

Confirmamos que no había tráficos y empezamos la pasada a toda velocidad. La intención era abrirnos al final uno para cada lado. Pero cuando estábamos a tres cuartos de pista, aparece un s-12 en final aterrizando por la uno siete. ¿Pero no era la tres cinco en servicio?. Se lo aviso a Francisco y abrimos la formación a la vez en un giro fuerte asustados por el s-12., cada uno hacia un lado y el s-12 en medio. Nos dijeron que quedó muy bonito, sobretodo por lo del s-12 en sentido contrario.

Para aterrizar yo ya no sabía si era por la tres cinco o por la uno siete o por donde. La cosa es que cuando estaba en base, aparece en la radio otro ULM que estaba en base, y los autogiros, y otro más. Decidí largarme de allí y esperar mejor ocasión para aterrizar. Vi un castillo por allí cerca y fui a verlo. Cuando ya nadie sonaba por la radio me puse en final y entré directo por la 35.

Al llegar a final de la pista había dos avionetas en espera en cabecera de la 17, lo cual me volvió a despistar. Cuando le pregunté a Xavier, conocido de tiempo atrás, me explicó el procedimiento del campo. Como tiene cierta pendiente y hay un árbol en la cabecera 17, la toma se hace por la 35 y el despegue por la 17. Está muy bien, pensé, pero si lo conoces porque si no mosquea un poco.

Pues ya estábamos en Igualada sin contratiempos y la vuelta podía comenzar. A medida que pasaba el día fueron apareciendo los personajes más o menos conocidos de este mundillo. Besos, abrazos y apretones de manos para todos y entre todos. Saludos y alegrías de reencontrarse con viejos conocidos. Comida fraternal y al campo.

Por la tarde empieza oficialmente la vuelta. Es decir, a pagar la inscripción. 40.000 pesetitas del ala, que no sé cuanto es en euros, pero mucho. Y eso en monoplaza. Si llego a ir con acompañante, allí mismo se queda y que se vuelva a casa a dedo.

Le comento a Marlies que mis previsiones económicas han sido escasas y que, entre el hotel de Lleida, el taxi y la inscripción tenía que vender el avión para pagar el repostaje. Muy amablemente nos acerca a un grupo a Igualada Village a sacar dinero. Después de dejar el cajero echando humo nos volvemos para el campo.

Me acerco a la mesa de recepción y pago la inscripción. Me dan un maletín una visera, una camiseta, un chaleco lleno de sponsors (concretamente 20) y de bolsillos (lástima que no sea pescador). Nos dan después unos planos con las rutas marcadas, las coordenadas de los puntos principales y los campos, las zonas restringidas, CTR y demás.

– Pues está bien esto. Buena organización – pensé en ese momento.

Yo andaba un poco a la expectativa con la organización porque una de las etapas pasaba por Garray. Se pusieron en contacto conmigo dos meses antes del inicio de la vuelta para comentarme que había un cambio de planes en la ruta. No pasaban por Lumbier, si no que desde Oviedo iban a León y a dormir a Soria para terminar en Zaragoza. En esa conversación le comenté que, con tan poco tiempo, no podía conseguir subvenciones y yo no podía asumir el gasto de 150.000 pesetas que cuesta eso. – No te preocupes, cada uno se paga su comida. Los pilotos lo comprenderán.- Se terminó la conversación rogándole a Antonio Roset que me lo confirmara pronto para poder reservar la cena, ya que Soria no dispone de plazas de hostelería y si en Garray no se podía cenar habría que ir a Soria, lo que suponía un gasto añadido de un autobús.

A un mes vista del inicio de la vuelta telefoneé a Antonio para confirmar el paso por Garray, ya que no me había llamado. Que sí, que pasaba por Garray. ¿Cuántos?, unos 70. Concerté la cena rápidamente y todo solucionado.

Pocos días antes del inicio de la vuelta me llamó alguno de la organización para que le diera los datos de la ruta de León a Soria y a ser posible hasta Villanueva. Campos alternativos, coordenadas, etc. Esta premura en la confección del rutómetro y la falta de contactos para asegurarse de que todo estaba preparado en Garray me predispuso a pensar que la organización no era todo lo deseable. Por eso confieso que al ver los planos tan bonitos y bien dibujados me sorprendí un poco.

A lo que íbamos. Se efectuó el procedimiento de repostaje. Este consistía en, previo pago del importe, obtener unos tickets marcados con litros de gasolina y después pasar por la furgoneta de la gasofa y retirar los garrafones correspondientes a los litros solicitados. Tuve suerte y estuve de los primeros, por lo que el repostaje fue rápido. Hay que reconocer que en esto del pago sí que están bien organizados. Así no se escapa nadie, lo que me parece muy loable ya que hay mucho jeta por la vida. Lo malo era aguantar la cola de los tickets y luego la cola de la gasolina. Esto originó problemas totalmente ajenos a la organización en etapas posteriores que ya comentaré. Lo cierto es que como yo repostaba una sola vez al día y no tenía prisa para salir (salvo en Espinho) ni para llegar pues no tuve colas nunca.

Cenamos estupendamente unas longanizas o chistorras o salchichas o como se llame en vuestra tierra y unas chuletillas que estaban de potorrou de foie, ejecutadas a la brasa por la mano del inigualable Juan de Lumbier bajo el atento servicio de su negro particular que le abastecía de vino de la zona para que no bajara la producción ni un momento. Todo ello acompañado, evidentemente, por innumerables rebanadas de pan amb tumaca y bañado con los caldos de la zona, incrementado el placer por el buen acogimiento y la compañía de la gente del aeródromo de Igualada.

Saciadas las hambres se hizo el primer breefing, en adelante reunión, y nos fuimos a dormir cada uno a su tienda y algunos al hotel. Yo había colocado la tienda en, creo, el único trozo de hierba verdecita que había en el campo. Y es que dio la coincidencia de que, como en vez de tienda llevo un hangar, tuve que retirar el avión para montarla. En esta operación apareció un hermoso trozo de hierba que surgía en torno a un aspersor que tenía una ligera fuga, por lo que la zona estaba más húmeda. Me decían que qué suerte había tenido. No me gusta dar envidia y menos si es por suerte y no por méritos propios, pero dormí muy bien esa noche pensando en como dormirían los demás.

Lunes 6. Igualada – Castellón – Benejama Amanece el primer día real de la vuelta. Ya tengo ganas.

La pretensión era levantarse un poco tarde y salir tranquilamente de los últimos. Pero la gente tenía prisa y el camión de las mudanzas se marchaba rápido, que le quedaban muchos kilómetros. Entre los tempranillos y las prisas, a las 7’30 estaba la tienda desmontada.

Tranquilamente degustamos una muestra de café que nos ofrecieron y nos pusimos en marcha. Teníamos que bordear el CTR de Reus. Por ello fuimos directos al punto marcado en los mapas. A los diez minutos de salir y ya empezando a descender hacia el Valle el Ebro, me comenta Francisco que no se movía nada. – Así da gusto volar – dice.

No creo que pasaran dos minutos y entramos en el valle. Teníamos que pasar bajo por el CTR. La cosa se puso movida. A la derecha había unos montes que daban unos meneos de aquí te espero. La cosa siguió así hasta salir del valle del Ebro. Y es que era el amigo cierzo que el día antes tanto nos había ayudado que hoy cobraba sus servicios.

Pasado Reus llegamos a la costa y ya todo el rato costeando bajito hasta Castellón. La única zona que ascendimos un poco fue en el delta del Ebro. A partir de San Carlos de la Rápita la cosa se meneaba menos. Se notaba que habíamos salido del valle. Desde ese momento fuimos viento en cola hasta Castellón.

  • – ¿Francisco?. No te veo
  • – Estoy más alto, detrás.
  • – Baja aquí, que es bonito ¡¡
  • – Me huele a gasolina y he cerrado un depósito. Por si las moscas.

Ups¡ pues nada, piano piano a Castellón. Al pasar por Peñiscola el espectáculo es impresionante. Un sol radiante, el mar, el castillo, volar … Todos los ingredientes para una buena sopa de felicidad. Había una dragadora recogiendo arena para las playas. Hice unas fotos para mis nietos y seguimos caminito de Castellón.

En contacto con la torre nos informan de que hay una avioneta recogiendo una pancarta. Vemos el procedimiento desde el aire. Mientras, dábamos vueltas. Le informan a la avioneta que había roto un hierro y que diera una pasada para comprobar. Seguimos dando vueltas. Da la pasada y le dicen que tire la pancarta a lo que procede el piloto. Todavía más vueltas. Le recordamos a torre que estábamos por allí y por fin nos da permiso. Pista 18. Como la avioneta estaba operando en la orientación 36, ni pensé el sentido. Es más, «autorizado viento en cola izquierda pista 18 » está clarísimo. Me pasó por la cabeza que el tráfico era a la derecha y no a la izquierda, pero como no pensé porque tenía en mente el tráfico de la avioneta pues realice base derecha pista 36.

¡Genial!, empezamos estupendamente. En Lleida, Igualada y Castellón aterrizando en no sé que sentido, con aviones en contra. Tres de cuatro. Buena media. Al llegar al estacionamiento veo a los otros aterrizar en el otro sentido y me doy cuenta. Me bajo inmediatamente del avión y fui corriendo a la torre a disculparme. Desde ese momento ya no me fijo en los tráficos y pienso.

A Francisco se le había soltado el cable de los Flaperones. La siguiente pista era Catral. 300 m de pista. O los arreglábamos o nos quedábamos allí. Buscamos como hacerlo y con paciencia, contorsionismo y calor lo pusimos a punto. Eso y lo de la gasolina.

El personal estaba preocupado con el repostaje. Como no teníamos ese problema, nos fuimos a la playa cerca del restaurante. Un paseo a la orilla del mar, la gente en la playa, un bañito .. Hay que reconocer que en España somos privilegiados.

En la comida nos informa Roset que el campo de Benejama nos había invitado a una merienda. No conozco el campo pero sí a las fuerzas vivas del campo, que estuvimos como compañeros en los mundiales. Nos informan también en la reunión que la pista de Catral es corta y que los aviones hay que ponerlos muy juntos porque no caben.

¿Y qué necesidad tengo yo de tener que ajustar en una pista corta y arriesgarme a destrozar el avión o simplemente no poder seguir la vuelta? Como ya tengo experiencia de quedarme en la primera etapa de la vuelta, decido no tentar a la suerte y opto por pernoctar en Benejama, cenar tranquilamente con los amigos y al día siguiente directo a Beas. Comentando esto, a algunos les parece buena idea. Se lo comentamos a Roset para su control y se agradece porque se descongestiona un poco Catral.

Cogemos del camión la tienda y una muda. Cuando les pedí a mis compañeros sus bultos porque los íbamos a llevar en los aviones para descargar los autogiros me dicen que los habían puesto en el coche de uno de los pilotos de autogiros. Había venido con el remolque y su mujer, una Santa, se hacía la vuelta en coche tirando del remolque. ¡Qué mujer!. ¡Lo que ha tenido que aguantar!. De kilómetros, me refiero. La cosa es que, como llevaban todos los bultos y a mi se me había roto el portaequipajes le pedí que, ya que llevaba todos, me llevara al menos la tienda. Que si ya llevaba los bultos de todos, que si le iba a chafar los suyos, que si tal, que si cual. No hay problema. Arreglo el portaequipajes con un alambre y solucionado. Que los traigas, que no pasa nada, que no te pongas así. Lo cierto es que con los años me voy haciendo raro y cada vez soporto menos las estupideces del personal. Yo tendré las mías, como todos, pero a nadie le pido que las soporte.

Al tema. Bajamos costeando y bajito por el puerto de Valencia. Yo he estado siete años en esa bella ciudad y nunca la había visto desde el aire. Impresionante. Lo cierto es que no puedo ser imparcial puesto que Valencia es una ciudad de la que estoy enamorado.

Después de la albufera giramos hacia Benejama. Durante el viaje no dijimos nada por la radio. Me fijaba en el bonito volar de mi compañero y recordaba los buenos tiempos de estudiante que pasé en las playas de Cullera. Si, tenía los libros más morenos de toda la universidad y es que si a un soriano lo pones al lado de una playa, es de lógica que guarde para cuando no haya, como lo de la cigarra y la hormiga. Lo cierto es que en esos años debí guardar reservas de playa hasta para mis generaciones venideras.

Y llegamos a Benejama. ¡Qué pena!. ¡Para una cena que teníamos gratis en Catral!.

Lo que son las cosas. En Benejama nos invitaron a cenar unos huevos con patatas de la misma huerta del campo de vuelo y otros platos típicos de la zona. En Catral, que en principio el gasto estaba cubierto por el campo, resulta que hubo que pagar porque, según explicó la organización, los anfitriones no habían conseguido las subvenciones necesarias. .La cosa ya empezaba a comentarse. Pagar las comidas, 40.000 de inscripción. Mal rollo.

«La Santa» con los equipajes se retrasaba. No hay mal que por bien no venga. Como tenía mi tienda en el avión busqué en el jardincito del campo un aspersor y ¡Voila!. Allí estaba. Había un trozo de hierba verde y acolchadita con mi nombre. Monto el hangar tranquilamente a la luz del atardecer. Unos niños empiezan a jugar a los indios en mi tienda. Se meten y salen. Me lo llenan todo de pajitas y piececitos. Pero me están recordando a mis hijos y, la verdad, hasta lo agradezco. Después de una llamada a casa para preguntar por mis querubines, me pongo a jugar con ellos. Han pasado dos días y en ese momento me parecía una semana.

Martes 7. Benejama – Beas de Segura – Córdoba.

Sin prisas y sin apreturas nos levantamos tranquilamente por la mañana. Nuestros amigos de Benejama nos facilitaron la gasolina necesaria para la etapa del día. Me sorprendió lo barato que estaba la gasolina en Benejama. La misma cantidad de litros que el día anterior me costó un 13% menos. Al comentarlo es cuando me enteré del «impuesto de transporte» que llevaba la gasolina de la organización.

Me preparo la ruta mientras Francisco llena sus depósitos con un tubito tan estrecho que solo tenía radio, porque un diámetro completo no le cabía. Le comento la ruta, alturas, rumbos y me pregunta que para qué. Rumbo a Ontur y después a Beas. Le explico que si zona peligrosa, volar por debajo de 2000 pies, luego, al llegar a no sé qué autopista y salir de la zona subir hasta 6000 pies …. Me miró con cara como diciendo – Bueno, pues vale -. Para justificarme le indiqué que lo bonito era marcarse unos puntos donde hacer algo y no solo volar a la trocha. Me dijo – Bueno, pues vale – y me sonreí. Lo cierto es que había visto pasar los comerciales a baja altura por la vertical del campo y no quería besarme con ninguno.

Todos preparados. Batalla había arreglado su tubo de escape que le habían soldado por la noche en un taller del pueblo. Los aviones con gasofa y dispuestos a marcharnos.

  • – Sin desayunar no os vais – nos dicen.

Así que nos montamos en los coches y nos acercan al pueblo. Café con bollos, regreso al campo, despedidas, agradecimientos y a volar. Si alguien está por la zona, que no deje de visitar el Campo de Vuelo de Benejama. Desde estas líneas, MUCHAS GRACIAS.

Despegué yo primero para hacer unas fotos al campo y cuando Francisco dio motor a fondo en la pista me aproxime hacia él dando una pasadita a su lado de forma que salimos por cabecera de pista en buena formación. Y es que da gusto viajar con un avión similar al lado. Lo miras y piensas en lo bonito que es ese avión y en lo que se parece al tuyo.

Pusimos rumbo a Ontur. 2.000 pies. ¡Pero si el campo está a 1.800!. Como haya una torre de teléfonos nos la comemos. Cada vez se hacía más pequeño el espacio y por la hora se empezaba a hacer molesto el volar bajo. A hacer puñetas la ruta, las alturas y la madre que las parió. Subí a 3.500 pies y «a la trocha».

Francisco me pregunta -¿Y los 2.000 pies?-

– Pues no hace mal tiempo por aquí. Ya veras que bonita es la sierra del Segura – le contesté.

Pasamos por la vertical de Ontur y continuamos hacia Beas. Comenzamos a subir poco a poco para no gastar y cruzamos la sierra. Es impresionante. Al pasar por el Yelmo miramos a ver si había parapentes. Nos desviamos un poco para ir por el valle y se empezó a menear. Con tanto olivo a los pies y el movimiento empecé a tararear la canción tradicional esa que dice

«Como se menea la aceituna en el olivo,
así se menea tu avioncito y el mío.»

Bueno, no es exactamente así pero era muy apropiada a la situación.

Pasada por Beas en formación. Le íbamos cogiendo el tranquillo, pero no lo vio nadie porque todo el mundo estaba recluido en el bar por el calor. Cuando aterrizamos, recogí la toalla para la piscina y la tuve que dejar con pesar ya que me dijeron que comíamos en el aeródromo y no en la piscina. Mi gozo en un pozo. Pero seco. ¡Qué calor!.

Esperamos en el bar después de pagar la comida. Era imposible dormir una siesta por la temperatura. Echamos cuentas de la estimada a Córdoba y decidimos que sobre las 19:30 saldríamos, ya que el aeropuerto de Córdoba cerraba a las 21:30 y había que recoger las maletas y demás.

Rumbo a Córdoba, por culpa del calor, el avión no volaba. Se caía. Probé a darle un poco más de cañita y parecía que levantaba la colita. Y es que siempre pasa lo mismo en los días de calor, que la colita parece que se cae. A los aviones, me refiero. Quiero decir que el avión toma una actitud de mala penetración en el medio. Bueno, vamos a dejarlo.

A la altura de linares le comenté a Francisco en plan de coña que había un tráfico que parecía que iba parado, como resaltando la buena velocidad que llevábamos. A medida que nos acercábamos nos dimos cuenta que venía en dirección contraria. Pensamos que sería alguno ajeno a la vuelta que iba a Beas. No me fijé más. Cuando aterrizamos en Córdoba nos enteramos que era Juanjo y su compañera Beatriz que habían tenido una parada de motor. Llevaban buena altura y aterrizó felizmente en Linares. La verdad es que ni me di cuenta que llevaban la hélice parada.

La etapa fue dura para los dos tiempos. Todos comentaban las elevadas temperaturas que llevaban en sus motores. Además, estaba tan pesado el día que había que forzar un poco más el motor de lo acostumbrado.

El viento de cara estaba presente toda la etapa con rachas de 30 km/h. Algunos no consiguieron llegar y se les echó la noche encima.

Fuimos a cenar a un restaurante cerca del aeropuerto, pero no lo suficiente como para ir andando. Un periodista de Soria me hizo una entrevista el último día (y es que en Soria esto de dar una vuelta debe de ser noticia) y me preguntó que si en algún momento había tenido miedo, a lo que le contesté que sí, que en el trayecto entre el aeropuerto de Córdoba y el restaurante, ya que como el conductor tenía que hacer varios viajes conducía un poco «ligero». Después de regresar al aeropuerto con otro chófer, nos dispusimos a montar la tienda. Era ya noche cerrada, sin luz y en un pedregal donde no quedó una piqueta recta. ¡Y eso que sólo puse cuatro!. Los juramentos e improperios que salían por mi boca no se pueden repetir aquí. ¡Ay!, si no fuera por las risas que nos provocaron Valentín y Javier, los dos «ancianos» como ellos mismos decían, cuando éste último intentaba llenar de aire la colchoneta con un inflador de pie y no podía. Que si es que ya no sabes metérsela, que se te queda fuera y no te das ya ni cuenta, que si ten cuidado que ya no tienes el corazón para estos esfuerzos, etc.

Miercoles 8. Córdoba – Medina Sidonia – Beas (Hu).

A primera hora aparecen los rezagados. Procedemos a la ardua tarea del repostaje y salimos para Medina. Como empieza a hacer calor, queremos salir pronto.

  • – Briiiiifin, briiiiiifin – grita el Director Antonio. – Para ir a Medina: todo recto. Pero para ir a Beas, hay que pasar entre dos CTR y evitar el Coto de Doña Ana.
  • – Vale – se oye por atrás, – pero eso lo vemos en Medina que tendremos tiempo.
  • – ¡Las coordenadas de Beas están mal.! – dice uno -.
  • – ¡Y la de los puntos intermedios de las rutas también! – surge otra voz.
  • – ¡Joé!, ¡y las de Medina incluso.! – se percata una tercera persona.

Era cierto, las coordenadas del rutómetro y las de los planos no coincidían. Incluso tenían más números de los necesarios. Entiendo que los nueves y los seises estuvieran cambiados, pero que, con la austeridad económica a la que nos estaba acostumbrando la organización, regalaran números ….

Como tengo en el GPS las coordenadas de la base de Federico Iborra, de la cual me fío totalmente, nos disponemos a salir de Córdoba. La pista es tan ancha que despegamos a la vez los dos Sakotas. De nuevo juntos ala a ala. El viaje es un poco pesado. Nos entretenemos en mirar los pendulares que vuelan bajito, vamos comentando los campos que vemos a derecha e izquierda, nos pasa el CT de Ruata a tal velocidad que tuve que mirar el anemómetro porque me dio la sensación de que estaba al borde de la pérdida.

El vuelo parece que se traza por una autopista recién construida. No se mueve nada. Como estoy «mosca» con el par motor, me pongo a hacer pruebas trimando bien el avión y soltando los mandos.

– Mira Francisco, sin manos – Le digo a mi compañero por la radio. Al cabo de medio minuto se lo vuelvo a decir. – Sigo sin manos -. Se pone más cerca para comprobarlo. Le levanto las manos. Él levanta las suyas y me dice – Yo también. Bien construidos -. De pronto nos vi tan juntos y los dos con las manos levantadas que agarré la palanca y me alejé un poco. -¿Ya no podías más sin manos?-. Vista la sorna con que iba la pregunta le contesté que prefería ir con manos que sin dientes.

En estas elucubraciones, el viaje se hace ameno y llegamos cerca de Medina Sidonia, donde hay unos pantanos. Iba escuchando a los autogiros y deduje que iban volando muy bajo. Al ver los pantanos, se me calentó el morro y bajé para rasear un poco. Había un pueblo precioso, unas fotos a la presa y habíamos liquidado el viaje.

En contacto con Medina por radio, les pido información de tráficos y permiso para hacer una pasadita. Me dicen que permiso no me dan, que sólo informan de tráficos. Como no sé si les va a molestar, decido no hacer la pasada y se lo comento. -No, si no hay tráficos. A discreción- me inquieren. Pues dicho y hecho. Parece una chorrada lo de las pasaditas, pero el controlar un avión a una velocidad alta, cerca del suelo, manteniendo una alineación marcada por una pista y sincronizado con otro avión, te obliga a concentrarte proporcionalmente a la distancia que llevas del otro avión. Cuando el líder es el otro, no miras instrumentos ni suelo ni horizonte. Solo miras al otro avión y reaccionas como él reacciona. Y es que todos los días podemos aprender algo nuevo.

Ya en medina, vemos aterrizar a los que van llegando. Nos sentamos en la sombra del hangar mientras miramos un GPS de un compañero. El calor reinante disuelve la sombra sin dejar ningún rastro de ella. Decidimos huir de la justicia divina que nos aplastaba y nos metemos en el hangar. Buscamos sillas y agua. Sillas no había, y el agua a toca teja. Puestos a pagar, prefiero cervecita con gaseosa. Se mezcló el calor, con la incomodez y las cervecitas. Pasamos a comer. Hay que pagar otra comida y comer de pie. Hay una manguera que ronda por la puerta del hangar que nos salpica a todos. En otras circunstancias me hubiera mosqueado, pero con el calor que hacía y, peor que comer de pie no podía ser, hasta se agradecía.

El jefe del campo nos pide que le demos una vuelta a dos alumnos para que probaran un acrobático. Y yo no sé que se piensan que es un Sakota. El avión es semi-acrobático, es decir, que hace algunas figuras básicas de acrobacia pero con poca gasolina y sin copiloto. Además el día está pesadito por el calor. El viento cruzado y pista de 400 m cuesta abajo. Francisco, por un problema con la batería no podía hacer acrobacia y yo no estoy muy ducho en el tema, por no decir nulo. Sumado a las ganas de irnos de ese infierno, resolví de la misma forma que cuando nos planteamos entrar en Catral. ¿Voy a arriesgar por un paseito y hacer un favor al jefe del campo mi permanencia en la vuelta, o incluso el avión?. Recordé que el último que le quiso hacer un favor a unos conocidos se mató probando su avión y decliné la petición.

En la mesa del hangar, nos olvidamos de los planos de la organización (para no equivocarnos) y nos hicimos la ruta. En vez de ir por el interior nos iríamos por la costa. Le preguntamos a un local de la posibilidad de hacerlo y nos lo confirmó. La gente se percató de la jugada y todos querían ir por la costa.

Yo tenía el plano encima de la mesa con mis anotaciones a lápiz cuando mis necesidades fisiológicas me obligaron a ausentarme un momento. En el entreacto, se celebró una reunión y explicaron la nueva ruta. Alguien vio el plano abierto en la mesa y decidió que le venía muy bien para hacerse sus anotaciones. Cuando volví me encontré con el mapa rotulado en bolígrafo rojo y con anotaciones y sumas por todos lados. Se lo enseño a Francisco jurando en arameo.

– Pues no he visto a nadie. No me he dado cuenta- Intentando buscar al culpable.

– No te preocupes, que ya me enteraré quién es, porque ha modificado mis coordenadas y el punto que hay entre los dos CTR se ha equivocado en un grado y se va a meter encima del aeropuerto de Cádiz.- y me sonreí levantando la ceja derecha, a lo que Francisco se carcajeaba.

Nos disponíamos a salir cuando se me ocurrió pensar en la longitud de la pista de Beas. Le pregunto a la organización. No tienen ni idea. Buena organización que no sabe ni a donde va. Le pregunto a uno de la zona. Tampoco. ¿Alguien tiene el teléfono de los responsables de Beas?. Después de un rato averiguo que alguien de la organización lo tiene. Me dicen quien. Le pregunto por el número y sin mediar una sola palabra me enseña un teléfono anotado en un papel con un nombre. Cuando le pregunté si ese era el de Beas me asintió con la cabeza. Una de dos, o yo le había hecho algo o estaba ahorrando palabras. Visto el transcurrir de la vuelta desde el punto de vista económico y que yo no recordaba ni haber hablado antes con él, la resolución de la incógnita fue obvia. Ante tanta amabilidad me descontrolé. -¿Y tengo que llamar yo?- le dije. Fue una pregunta tirada porque por respuesta sólo conseguí otro movimiento de cabeza. Me anoté el teléfono comiéndome la rabia y llamé al campo. Me enteré de las condiciones de la pista y, de la mala leche que se me generó, se me cayó el teléfono al suelo, con tan mala suerte que se me rompió la pantalla.

¡Vámonos de aquí!. Sacamos los aviones de la aglomeración que había y despegamos. Ni formaciones ni puñetas. Directos por la ruta hacia el Coto. Pasamos entre los dos CTR y después a la costa. La temperatura disminuyó considerablemente. Parece que mis humos empiezan a disiparse. Vimos a unos navegando con Flysurf y me abstraigo observando su asombrosa velocidad. Luego me da por envidiar a un crucero que estaba, inclinado, surcando las olas en una bella estampa. Se lo comento a Francisco. – Mira como disfrutan esos con el barquito. ¡Que suerte tienen!.-. – Sí – me contesta, – casi tanto como nosotros con el avión-. Y es cierto, vemos el barco en el ojo ajeno y no somos capaces de ver el avión en el nuestro. – Somos privilegiados- concluimos los dos.

Al terminar la zona restringida del coto ya estoy hasta los pelos de costa. Cuando íbamos a girar hacia el interior no encontramos de frente un helicóptero. ¡A ver si no hemos salido de la zona!. Vamos a asegurar. Seguimos por la costa. El helicóptero hace un 360 y se coloca a nuestra cola. Este nos está vigilando. No, se regaza, se va. Directo a Beas.

Por la radio nadie contesta en Beas. Nos apañamos entre los tráficos. Otro avión tiene problemas con el PTT. Se le queda enganchado y se oye todo.

  • – No veo el campo.
  • – Si, detrás de esos árboles.- le decía el copiloto
  • – Si alguien me escucha, solicitamos información para aterrizar.
  • – sigo sin verlo.
  • – Beas, Beas, ¿me reciben?

Un momento que sueltan el PTT les informo de la pista en servicio y de las características de la pista que había conseguido por teléfono. 450 m, en pendiente y ligeramente inclinada hacia la derecha.

Aterrizamos todos por derecho. El primero voy yo. Bajito por los árboles de cabecera y allí está el umbral. ¿Allí?. No, más arriba. La pendiente de la pista antes del umbral es bestial, palanca atrás, motor y hasta el umbral, que tocar antes no es bueno. Y es que a base de golpes se aprende.

Cuando, tarde, viene el camión de las mudanzas recojo la tienda y me dispongo a montarla. -¡Vamos, que se va el autobús!. ¡Deprisa, deprisa!. Pero si no he montado la tienda ni «na». Oídos sordos, monto la tienda y ya habrá otro turno. La gente quiere repostar y se ponen a ello. Viene el autobús. – ¡Que se va!- grita el megáfono – ¡Maricón el último!-. La gente se mosquea. Y es que hay que entender que el repostaje, para algunos, es como un ritual religioso. Es como las oraciones antes de dormir. No realizarlo antes de acostarse puede llegar a ser pecado. Yo me lo tomo más como hacer el amor, es decir, mejor por la mañanita que estás más descansado. Lo que me fastidia es pagar para realizar este acto, porque parece que estás prostituyendo al gasolinero.

Nos vamos a cenar al Centro Social del pueblo. Unas mesas largas y todos juntos bebemos, cenamos y algunos duermen. Es asombrosa la capacidad que tiene Gippy para dormirse en la mesa. Es matemático. Se sienta en la mesa , baja la cabeza (confieso que en un primer momento pensé que estaba bendiciendo la cena, lo que me sorprendió) y se duerme. No sé si cuando se meta en la cama le entrará hambre. Buen tipo el amigo Gippy, y gran piloto.

Con «la caló» bebemos cervecita fresca, y no tan fresca, porque nos bebimos la nuestra y la de la mesa del Sr. Alcalde. Al salir nos enteramos que estábamos invitados a la cena. ¡Esto hay que mojarlo!. Buscamos un bar para tomar un cafelito y sólo había un disco bar. -Cuatro cubatas, por favor-. Viene el autobús. – ¡Que se va!- grita el megáfono – ¡Maricón el último!-. Cubata de un trago y salimos corriendo. Tantas prisas, el cansancio acumulado, la cervecita y el cubata hacen que Morfeo, no es que me recogiera en sus brazos, es que me abrazó de tal forma que hasta el día siguiente no fui humano.

Jueves 9. Beas (Hu) – Montargil.

En principio, la etapa prevista era Beas, Patiño, Montargil. Ya habíamos comentado algunos el día anterior que estábamos cansados. A la vista de la experiencia de Medina y su calor, que nos habían comentado que Patiño era un secarral, tenía que averiguar la longitud de la pista, conocíamos Montargil y sus sombras y su lago y que estábamos en el ecuador de la vuelta, optamos por ir directos hasta allí, comer tranquilamente (de todas formas tendríamos que pagar la comida), siestecita, montar la tienda tranquilos, bañito en el lago y esperar al personal tranquilamente. Además, desde Madrid venía Angel Malagón con su Harley Lycoming Davinson molinillo.

Estábamos en territorio de Francisco. Él dio las instrucciones del vuelo. 6000 pies, desviarse en el CTR de no sé donde y a Montargil. En cierto momento me dice por la radio, – ¿No ves esa línea roja que hay en el suelo? – Supuse que se refería a la Frontera de Portugal. Le pasa como a mí. Cuando voy en coche y salgo de la provincia de Soria pienso que ya puedo parar a echar una meadita, porque no lo dejo en mi tierra. Y cuando regreso volando y cruzo los límites de la provincia pienso que si me la pego, el avión me lo recoge un amiguete con su camión que tiene la tarjeta de transporte provincial.

Llevábamos la frecuencia de los autogiros. Más que nada porque es divertido. Sobretodo por el po po po po po … de fondo. De pronto oímos por la radio

– ¡Joder!. ¡Qué cabrón!. ¡Menudo susto que me ha dado!.

Era Juan. Le acababa de pasar un caza a toda velocidad MÁS BAJO QUE ÉL. Por la derecha otro. Nosotros estábamos bastante adelantados. Le comenté a Francisco que estuviera al loro, que nos tendrían localizados y en breves momentos los tendríamos encima, a lo que él contravino diciendo que no era por nosotros. Pues es una pena, porque si vienen, me gustaría hacerles una foto. Seguimos viaje y llegamos a Montargil sin más contratiempos. Francisco aterrizó primero y justo cuando yo había tomado tierra, al girarme para rodar al estacionamiento, vi un caza a lo lejos encima de los pinos y la sombra del otro me pasó por encima. ¡Pues menos mal que no venían a por nosotros!.

Muy amablemente, un piloto de allí nos llevó a un bar cercano a tomar un cafetazo. ¡Que café el de Portugal!. Volvimos al campo y vinieron los autogiros y demás compañía. En principio, como no nos esperaban, no había comida, pero Paola, tan amable como siempre, lo dispuso para comer en el Campo. – Si Mahoma no va al restaurante, traemos el restaurante a Mahoma – bromeaba ella.

Un inciso. Si podéis, no dejéis de visitar este campo. El sitio, ideal; la gente, maravillosa; el agua del lago… caliente, pero es que «to no pue ser».

De buenas a primeras, escucho a dos que venían de Espinho y que comentaban que allí nadie sabía que íbamos a comer al día siguiente. Llamamos a Antonio Roset para decírselo.

Nos pusimos a comer y al terminar, acordamos el precio de la comida junto con la cena y nos vamos a pegar un baño. Una sombra, siesta, baño, sombra, etc…

Descansados, se empieza a levantar viento. Le comento a Isaac que me gustaría probar el autogiro. Solícito (como no era de suponer otra cosa) nos subimos al aparato. He de confesar que, a priori, eso de no ver alas mosquea un poco. Me explica el proceso de despegue. ¡Arriba!. Yo tenía la convicción de que los autogiros eran incapaces de volar aerodinámicamente hablando. Lo que pasa es que, al ser tan feos, la tierra los repele y por eso suben. Pero después de volar en él, mi idea sobre estos aparatos ha cambiado radicalmente. Es muy divertido. Cogí los mandos. Al principio notas las vibraciones del rotor y palanqueas mucho, pero cambias el «chip» y te acostumbras. Lo dejas solo. Como hacía viento moderado los estacionarios salen solos. Giro para aquí, giro para allá. Vamos a aterrizar. Como venía un tráfico en final nos quedamos en un lateral de la cabecera en estacionario. Cuando está libre, palanca a la izquierda y pie derecho y de lado hasta la vertical de la cabecera. Fuera motor, cae vertical, recoge, apoyo con el motor y ¡HOP! en dos metros parado. Como dice Isaac, algún día evolucionaremos hacia el autogiro.

Al aterrizar nos enteramos de la triste noticia. Un coyote ha tenido un accidente y ha explotado. Por lo desgraciado del asunto, pensamos que es una broma. De muy mal gusto, pero una broma. A medida que llegan, la gente lo comenta. El pensamiento de que es broma se desvanece. Incertidumbre. ¿Se había incendiado y luego caído?. ¿O al revés?. Da igual, la cosa es que había un compañero que había tenido un accidente y por lo que contaban nos esperábamos lo peor. Un Coyote azul y blanco. Pero ¿quién?. Iban llegando Coyotes de esos colores. Pensabas en algún conocido y cuando lo veías aterrizar parecía como si te tranquilizaras, pero no era así porque siempre te venía a la memoria otro.

Cuando se confirmó el nombre del piloto y su defunción, a mí personalmente me empezó a doler la tripa. Y no lo conocía excesivamente, salvo por la vuelta del año pasado y comer juntos un par de veces, pero en estas circunstancias, la congoja de la pérdida de un compañero y, siendo sincero, el pensar que me puede pasar a mí, me da mal rollo.

La cosa es que había habido un accidente mortal, y aunque normalmente el lugar no es importante, en este caso sí. Había ocurrido a cuarenta kilómetros de la frontera en el interior de Portugal.

Cenamos y el comentario general era el accidente. Se entenderá que el ambiente estaba un poco apagado.

Pero la cosa se complicó aún más. La ruta prevista era volar hacia Nazaret en la costa y, pito pito, costear bajito hasta Espinho. Francisco, conocedor de la zona comenta que hay dos zonas restringidas militares y que sin plan de vuelo no se puede pasar. Además, a raíz del accidente, las autoridades Portuguesas tuvieron conocimiento de nuestra presencia en su país de 67 aviones extranjeros.

Francisco, a petición de la organización, habla con uno que le pasa a otro y este a otro. Así mareándole. Da sus datos personales y su teléfono, involucrándose así en el tema en aras de conseguir solucionarle el problema a la organización de tener 67 aviones sin permiso en un país extranjero y suavizar las relaciones con las autoridades Portuguesas. Todo son broncas y malos modos de las personas con las que habla. Por lo bajo me comenta que el problema era serio. La cosa se resuelve ese día yéndonos a dormir y esperando poder hablar al día siguiente con no sé quién, mandamás portugués.

Viernes 10. Montargil – Espinho – Cerval.

Por la mañana, fuimos gratamente sorprendidos con un buen bollo. Y es que hay que ver que bollos hay en Portugal. Ríete del café.

Ducha caliente y reunión para ver que pasaba con lo de la ruta. Habla Francisco con el susodicho jefe y, curiosamente, hoy todo son facilidades. Permiten el plan de vuelo, con la condición de que hubiera dos aviones con transponder, uno delante y otro detrás. Así se planea. Se hace una reunión y se insiste en que acuda todo el mundo. Pues no, algunos se ponen a repostar porque ahora no hay cola y no se enteran de la misa la media.

Delante sale Francisco con su Sakota y el transponder. Yo con él para hacer de intermediario de radio e ir dando nuestra situación para que nadie nos adelante. Finalmente sale Pablo con el TL que también lleva transponder. En el viaje, vamos por la costa rasitos a la playa. De vez en cuando Francisco subía porque, de lo bajo que íbamos, la torre no podía contactar con él. Llegamos a Espinho y aterrizamos. Hacía más de 40 Km/h de viento. Pensamos que los Trykes llegarían un poco tarde. Y sobre todo el pobre de Pablo que dio más vueltas que el perro del pastor para no adelantar a los lentos. A medida que llegábamos, la gente se iba a comer. El restaurante no estaba lejos. Se iba andando, la temperatura era buena y siempre se agradece un paseíto.

Nosotros esperamos a Pablo para cerrar el plan de vuelo. En este ínterin, Francisco me presenta a su hijo y a su hija. ¡Hay que ver que majos que son!. Se lo digo, no a modo de cumplido, si no porque es verdad. Coge al niño en brazos y me dice -Igual que su padre-. Los comparo a los dos y el niño rubio con ojos azules y piel blanca y él moreno, ojos oscuros y barba de cuatro días. -Si, por la estatura- me cachondeo.

Comienzan los rumores de que no nos dan de comer si no hay nadie de la organización para avalar el pago. También suena que si alguien había aterrizado en la base militar que expresamente se había dicho en la reunión del día anterior que mucho cuidado, que no era allí. Pues era cierto, no uno si no tres que no habían estado en la reunión porque habían estado repostando, se metieron de lleno en una base de la OTAN. Total nada.

Llega por fin Pablo. Francisco cierra el plan de vuelo y nos vamos a comer, que ya son casi las cuatro de la tarde. No lo sabíamos, pero en ese momento empezaba a salir un fax de la Dirección General portuguesa dirigido al Director del Aeródromo de Espinho.

Comimos estupendamente. Incluso repetimos. A mitad de comida, sobre las cinco, Francisco me dice: – me voy al aeródromo que hay problemas -. Como me dejó preocupado, después de un poco de tertulia, sobre las seis y media, me dispuse a ir hacia el aeródromo. En la salida había cuatro matones en la puerta. Eran los de la organización, que para que nadie se fuera sin pagar, se habían puesto allí. Era como si dijeran – si no pagas no sales, si no pagas no sales -. Como yo no me suelo ir sin pagar salvo por despiste (raro) o porque me caiga mal el camarero, no me parece normal que se tenga que llegar a esos extremos.

Llegué a la plataforma y Francisco estaba muy nervioso. -¿Antonio?- me pregunta. -¿Dónde está Antonio?-. -En la puerta cobrando- le explico. – ¡Pero tiene que venir enseguida!. ¡Está el director del aeródromo esperándole desde hace dos horas porque hay un Fax de la Dirección General prohibiendo el despegue de los aviones!. –

Como yo tenía el teléfono roto y andaba cerca Antonio Ruata, le llamamos al móvil. Le explica Antonio la situación. – ¡Ya iré!- dice – ¡Aquí tengo cosas importantes que hacer!-. Como yo sabía que «lo importante» era cobrar las puñeteras comidas, me empecé a enfervorecer. Le cogí el teléfono a Antonio y llamé otra vez para decírselo de una forma no tan suave como lo había hecho él. No respondió al teléfono. ¡Increíble!. ¡Setenta personas retenidas y él preocupado por el cobro de la comida!.

Para cuando llegó a la plataforma, eran las 7’15 de la tarde. Allí estaba el fax, los aviones retenidos, y las conversaciones no fructíferas de Antonio con el Director. Yo me asusté, pero que no diga nadie que no se asustó (salvo los que aprovechando la coyuntura se pusieron a repostar) porque, por unanimidad, se intentó llamar al Cónsul.

Como medida final, Francisco nos comenta que firmando un papel en que dijéramos que no pertenecíamos a la vuelta, con licencia y matrícula, que nos podíamos ir. Fuimos todos a las oficinas dispuestos a firmar. El director del aeródromo, mientras la secretaria escribía la carta en el ordenador, nos empieza a explicar la historia. Pero la historia de Portugal, porque se enrollaba como las persianas. Mientras el amigo se explayaba, la secretaria seguía escribiendo con dos dedos, lentamente, muy lentamente, la mencionada carta de confesión. Veía que llegaba la hora límite de partir y que aquello no tomaba visos de finalizar, por lo que, cuando vi que la secretaria se paraba y, después de reflexionar si era porque había concluido el escrito o porque no sabía donde estaba la letra ñ para escribir «67 aviones espanholes», corté la increíble facilidad de palabra del Sr. Director y le apunté:

  • – Para agilizar, se podrían hacer fotocopias del escrito y, con bolígrafo, ponemos nuestro nombre y matrícula; y carretera y manta, que pronto ya es tarde.
  • – No se preocupe – me respondió, – que esto sería para hacerlo por la mañana.-
  • – ¡Pero si no tenemos ni tienda ni ropa!.-
  • – ¡Bastante es que les doy esta solución, porque hoy es viernes y hasta el lunes no estarán los funcionarios de Aviación Civil, y probablemente hasta el martes no se resuelva!.-
  • – ¡Hay otra solución!.- murmuré mientras abandonaba el despacho con el ceño fruncido.

Pensado y hecho. La solución era despegar. Yo no me iba a quedar hasta el martes. Busqué a Francisco y le comenté mis intenciones. Habíamos pensado lo mismo. Despegar y llegar a Cerval. Nos montamos cada uno en su avión. Alguno ya estaba despegando. Eran compañeros que habían ido a reunirse con la vuelta procedentes de Madrid. Como ellos no tenían nada que ver con la vuelta, arrancaron y se fueron. Alguno que otro era de la vuelta también, que habían tenido la misma idea.- ¡Ah!. ¡A mí nadie me había dicho nada y no me enteré, así que cuando vi a no sé quien despegando pues, por inercia…!- me decían en Cerval riéndose.

Mientras me subía al avión iba mentalmente repasando el procedimiento de arranque, de forma que, a la vez que me sentaba encendía los interruptores y las magnetos. Tiro un poco del aire y, rápidamente, giro la llave. Pero tan rápidamente que me giró todo el bombín. -¡Mierda, mierda, mierda!. ¡Ahora no, jodido!. ¡Mierda de aparto, que mala leche tiene!-. Meto la mano por detrás y sujeto el bombín mientras con la otra mano giro la llave. Kggg…., Kgggg…. El motor gira pero no arranca. -¡Mierda, mierda, mierda!. ¡Necesito a alguien que me tire del aire, porque con el pito no llego!-. Llamo a Francisco que, preocupado, observaba mis acrobacias dentro del avión. Para su motor y, una vez en la cabina, le digo que tire del aire. Se ve que el Sakota pensó que lo quemábamos allí mismo y decidió que la broma ya era pesadita, así que arrancó a la primera. Calentamos en rodadura. En punto de espera estaba uno calentando. Le adelanto a campo traviesa y con el motor justito de temperatura acelero poco a poco pero a tope. Despego y Francisco detrás. No creo que subiera más de 30 m del suelo. Nada más despegar, hacia la playa, pasar las edificaciones de la costa y a 10 m del agua.

Íbamos a llegar justitos de luz a Cerval, porque hacía mucho viento, así que forzamos un poco la máquina. Adelantamos a uno que pensamos que no iba a aterrizar de día. Un poco más al norte de Oporto, empezamos a subir y a atajar. Arriba no hacía viento, así que llegamos antes de lo previsto. Al ver el campo de Cerval, y por la amistad que me une a sus componentes, ya me sentí más tranquilo. Como en casa, pensé. Aterricé por derecho. A la radio estaba un personaje que confundí con Fran, compañero de fatigas y sudores. Sobre todo de sudores porque estuvimos juntos en Beas en los mundiales a 45 grados. Lo dicho, como creí que era él, empecé a tomarle el pelo por la radio. Que a mí no me hable usted en Galaico-Portugues, que si más educación, que si se notaba que no tenía un pelo de tonto (Fran lleva la cabeza rapada), etc. Cuando ya había aterrizado y, todavía sentado en la cabina, vino Fran a saludarme, observé que estaba hablando conmigo y que la radio seguía controlando tráficos. -¿Pero no eras tú el de la radio?.-. No.- Me dice. -¿Por qué?. ¡GLUP!. ¡Que vergüenza!. ¡Que habrá pensado, con toda la razón del mundo, el de la radio del estúpido ese del Sakota!. Inmediatamente me fui a enterar quién era y me disculpé. Y me vuelvo a disculpar ahora.

Francisco tenía el coche allí. La idea era repostar inmediatamente y despegar al día siguiente al amanecer. Vino entonces el resto del personal en un autobús desde Espinho. Había una cena muy agradable y, ya más relajado, decidimos cenar tranquilos. Además, era gratis y eso había que aprovecharlo. No, lo cierto es que necesitaba relajarme. Lo siento, pero que me retengan en un país extranjero cual vulgar delincuente me pone muy nervioso.

La cena era muy agradable, con musiquilla portuguesa de fondo. Al finalizar, la peña se fue para Espinho con sus cosas y nosotros nos fuimos a por gasolina. Después, sobre las dos de la mañana, Francisco me llevó a un hotel cercano, ya que no me había apetecido montar la tienda.

En un principio, él iba a finalizar en Ribadeo, pero el ajetreo de los dos últimos días habían podido con mi amigo Francisco. Cuando estuve por primera vez en Cerval para que me soltara en el Sakota se desvivió. El año anterior no pude estar con él por la diferencia de motores, como ya he comentado. El volar con Francisco ala a ala en esta vuelta, aprendiendo de su buen pilotaje y de su maravillosa forma de ser, ha sido, con diferencia, lo mejor de la vuelta. Sinceramente, gracias. Y Gracias también de parte del resto de pilotos porque si no es por sus gestiones, dando su identidad frente a las autoridades del país donde él vuela y sacando las narices por todos nosotros, todavía estaríamos en vaya usted a saber donde.

Sábado 11. Cerval – Ribadeo – La Morgal.

Había quedado a las siete y media de la mañana con Juan de Lumbier para ir juntos a Ribadeo. Le pedí al recepcionista del hotel que me despertara media hora antes, pero con la diferencia horaria de Portugal y mi reloj, a las ocho me despertaban. Bueno, una hora que hemos ganado de sueño. Como ya llegaba tarde, y después de dormir con una almohada que te hace ver las cosas de otra forma, sin prisas nos fuimos a desayunar.

Para cuando llegué al campo ya habían llegado prácticamente todos los de Espinho. Habían despegado de noche. Un piloto me contaba que era un poco chocante estar escapando de noche para no ser vistos y ver los estrobos de los aviones. Era como si dijeran -me ves, ya no me ves, me ves, ya no me ves-.

Descansado, echando de menos a mi compañero de vuelos, busqué otro compañero. Estaba Pablo con el TL. Si él bajaba la marcha un poco podríamos ir juntos. No me apetece viajar sólo, por si las moscas. Éramos un trío. Pablo y Juan con sus respectivos TL y yo. Ponemos rumbo a las rías, pues la cosa estaba en costear las rias hasta Villagarcía de Arosa y cruzar después hasta Ribadeo, pasando cerca del CTR de Santiago. Pero Juan desaparece. No sé qué problema de radio hizo que se fuera por otro lado. Así que quedamos Pablo y yo.

La ruta fue estupenda, tan bonita como siempre. Ya en Ribadeo, al bajar a la costa, el viento era fuerte y en cara. El aterrizaje fue, casi, casi, como el de un autogiro. Ato el avión y voy a ver el taller donde construyen el Toxo. Buen aparato. Nos hizo unas demostraciones que daba envidia verlo. El trato fue excelente como siempre. Tenía sed y nos fuimos al bar, donde luego íbamos a comer, a tomar una cañita. En la barra nos ponemos a hablar con el dueño del negocio. Veraneaba siempre en un pueblo de Soria. Si el lector reflexiona, se acordará que una tía, un abuelo o un primo suyo es de Soria. Y en caso contrario, o alguno de la familia de su mujer es soriano o, por lo menos, veraneaba allí de pequeño. Y por eso somos tan pocos en Soria, porque todo el mundo está fuera.

La gente iba apareciendo en el bar por tramos. Primero un grupo, luego otro. Cuando acababan unos, tros venían, de forma que el comedor nunca estaba lleno. En principio, estábamos convencidos que en Ribadeo nos invitaba el Ayuntamiento a comer. Durante la comida estaba sentado cerca el Director de la vuelta. Me preguntó si en Garray estaba todo organizado y cuanto costaba la cena. No lo sabía, así que telefoneé al gerente del restaurante y le pregunté. Le comenté que, si en León y Zaragoza nos iban a invitar, lo suyo sería hacer cuentas en Oviedo y, en caso de sobrar dinero, que seguro que tiene que sobrar, añadí, que pagara la organización la cena en Garray, ya que la gente estaba «mosca» con el tema de los pagos de las comidas y se lo agradecerían.

En los cafés, me percato de que la gente se marchaba y que los organizadores habían desaparecido. Estaba sentado cerca del presidente del aeroclub de Ribadeo y observé caras de descontento y, en alguno, hasta mal humor. Se lo comente a mis contertulios y determinamos por acercarnos a la mesa y agradecerles la atención prestada y la invitación. Era meternos en camisas de once varas, porque eso es función de la organización, pero el feo era considerable.

Cuando salimos nos encontramos con los gorilas en la puerta realizando su acción habitual, el cobro de la comida. ¿Pero no era gratis?. Se lo pregunto al director de la vuelta y me explica que había más gente de la prevista y que había que apoquinar. En el aparcamiento del restaurante me encuentro de nuevo al presidente del aeroclub. Le confieso estar estupefacto porque tenía entendido que había invitación. Me confirma que así era. El Ayuntamiento había puesto 115.000 pesetas para la comida que en total costaba 150.000. Pero era para 60 personas y habían 80.

Y en primaria, a mí me enseñaron que 80 por 1.500 que me cobraron son 120.000. La comida de 60 ascendía a 150.000, lo que supone un cubierto de 2.500 pts. 80 personas a 2.500 son 200.000. La diferencia entre esta cantidad y las 150.000 previstas son 50.000 pelillas. Desde las 50.000 hasta las 120.000 recaudadas, hasta sin calculadora, son 70.000 pesetas para «la buchaca». Y es que «la pela es la pela y el negoci es el negoci».

Nos comentó el Sr. Presidente que no estaba del todo satisfecho con el paso por su campo y que tenía unos pines para los participantes pero que se reservaba para mejor ocasión. Ya de mala leche, nos acercamos a hablar con el Director de la vuelta, que estaba sentado con sus secuaces y con billetes encima de la mesa como si repartieran un botín, y con tono ligeramente elevado le explicamos la situación y que las cosas no deben de ser así.

Sin conseguir nada salvo bilis en el estómago, nos vamos al campo a descansar un poco. Mis esperanzas de que pagaran la cena en Garray se quedaron en la trifulca, por lo que, mientras me encontraba abonando un maizal (momento en que el cerebro funciona mejor, supongo que por el aumento de tamaño que se origina en él debido a la depresión generada en el cuerpo), me asaltó la idea de conseguir que alguna administración soriana pagara la cena. Con esta pretensión llamé, mejor dicho, molesté a los políticos más políticos de todos los políticos de mi tierra. Pero era sábado, la mayoría estaban en la playa y para el domingo fue imposible conseguir ninguna promesa de pago. Evidentemente, yo sólo no podía asumir el gasto, así que lo di por perdido.

Sobre las seis, con el mismo viento de cara, despegamos Pablo y yo hacia La Morgal. La ruta fue preciosa. Hay que reconocer que la costa cantábrica es espectacular. El agua, como hacía viento, rompía con tal fuerza que parecía que hervía. Nos internamos para evitar el CTR de Avilés y, después de algún meneo que otro, aterrizamos sin mayor contratiempo en La Morgal. Buena pista, pequeña y tal. Asfalto, casi 2000 metros, buen firme y autoservicio, es decir, pones la frecuencia y dices -¡Que voy!-. Y si hay alguien «yendo» pues te dice -¡Que no, que voy yo!-.

Como fui de los primeros, tuve el privilegio de ducharme con agüita caliente y acicalarme para la ocasión, y es que esperaba que mi estancia en La Morgal fuera especial y relajante. La cena fue excelente, aconsejados por los oriundos del lugar, probamos el chorizo de la tierra macerado en sidra, lo que originó una discusión sobre las calidades de los chorizos de cada región. Al final, dedujimos que del cerdo está todo bueno, hasta el rabo. Con esta buena conversación y como la compañía era harto grata, a una hora prudencial me fui a la tienda que, hábilmente, había colocado un poco apartada de los demás para evitar molestias recíprocas y dormir lo mejor posible. Lo cierto es que pude aprovechar la noche como Dios manda.

Domingo 12. La Morgal – Chozas – Villamarco – Garray.

Me desperté temprano por la mañana, de los primeros. Yo creo que por la humedad que se había formado por la noche. Estaba todo mojado. Aproveché esta soledad para ducharme otra vez con agua calentita. A la salida me topé con Xavier, el encargado de la gasolina. Le comento que si es posible que me diera una garrafilla. Creo que le pillé medio dormido y, después de jurar un poco porque quería ducharse, me llenó un bidón de 25 litros. La gente, al oler que alguno estaba repostando apareció como salidos de la nada. En un momento había tres o cuatro personas garrafa en mano. Como había causado yo esta situación, es decir, como le había jodido la ducha y a él lo vi tan contemplativo, intenté echarle una mano y comentarles a los demás que yo le había asaltado pero que quería ducharse, siendo culpa mía el que estuviera allí.

Hoy viajaba acompañado. No me gusta llevar a nadie, pero esto era un caso especial. Una compañera de trabajo que estaba en Oviedo tenía que ir a León, así que habíamos quedado para que sufriera el paso de la cordillera cantábrica.

Una vez seca la tienda, recogidas las maletas y subidos al avión, despegamos y me acerqué a la costa para que viera mi compañera de vuelo lo maravilloso que es volar cerca del mar, con las olas rompiendo, los acantilados y todas esas cursiladas que se pueden decir. Pusimos rumbo a León. Poco a poco, sin forzar, vamos subiendo. 1.000 pies, 2.000, 3.000, …., 8.000 pies. La vista es maravillosa. Como viajo solo normalmente, tengo instalado un CD con radio. Pongo Strauss y a ritmo de Vals remontamos las montañas. Despegan los autogiros. Como llevo su frecuencia, se acabó el Vals. – ¿Dónde estás?-. -Estoy aquí-. -No te veo-. -Yo a ti sí-.

En esta conversación tan deliciosa, se apunta la posibilidad de ir a Chozas a saludar a Mª Jesús y compañía. La idea me parece estupenda. Piscina, baño, sombra. Está claro. A Chozas.

Aterrizamos en Chozas. El calor era fuerte. Esta tarde, además, están anunciadas tormentas. Pues con tormenta, el paso por los pinares de Soria puede ser goloso. Pero las penas con pan son menos penas. En este caso, más que con pan, con piscina. La atención de la gente de Chozas fue estupenda, como siempre. Tan buena, tan buena, que nos invitaron a comer. Una paella rica, rica y con fundamento. No podíamos hacer desprecio y vistas nuestras relaciones con la organización no nos iban a echar de menos.

Se nos iba haciendo tarde y queríamos pasar por Villamarco. Llené a tope el avión de gasolina. Isaac y yo hicimos cambio de parejas para que mi amiga probara el autogiro. Yo llevé a Isabel. Entre el calor, la gasolina a tope, algún bultillo que me metieron y el peso de mi nueva compañera, aquello no volaba. Era como subirse a un armario y esperar que se levantara del suelo. Después de casi doblar la distancia de despegue, aquello empezó a subir poco a poco. Lo mantuve en una senda muy suave y fui cogiendo velocidad. Ya con altura le digo a Isabel de hacer una pasada viento en cola. Ahora sí que corría. Después de la pasada, como íbamos tan cargados hice un giro suave y directos a Villamarco.

A la mitad del camino alcanzamos a los autogiros. Isaac iba enseñándole las cualidades del vuelo raso del autogiro siguiendo las curvas del río Esla a su nueva copilota. Parecía que iba fumigando. Llegamos a Villamarco. Doy una pasada alta para ver tráficos y reconocer las aproximaciones. Hay un tráfico en espera para despegar, así que esa será la pista. Miro la manga y veo que está totalmente cruzada, pero había más pistas, y una perfectamente orientada al viento. Pensé que podría tener alguna zanja u obstáculo y, si estaban usando esa pista por algo sería. El tráfico había despegado y comienzo aproximación. Disminuyo velocidad, bajo los flaperones y observo la velocidad. 115 Km/h en aproximación. Pero el Sakota se caía. Le comenté a Isabel que el aterrizaje iba a ser duro, cuando menos rápido. Y en ese momento, un tío se mete en la pista desde la plataforma y se pone a rodar hacia cabecera. Tócate… ¿No me habrá visto?. Evidentemente, no. Motor, cojo velocidad y aborto el aterrizaje. ¡Pues está la cosa como para bromas!.

Hago otro tráfico y otra vez en final. Ya estoy en cabecera, quito todo el motor y miro el GPS. 105 km/h. ¡Jodo!. De pronto, toca primero el patín de cola y desde ese momento hasta que paran las ruedas fue un meneo tremendo. Yo creía que partía el tren. El avión botaba exageradamente. No era normal. En un principio pensé que estaba haciendo un mal aterrizaje. Se pueden hacer malos aterrizajes, pero tan malos es difícil. Cuando la velocidad disminuyó y aquello seguía botando nos dimos cuenta que el problema estaba en los badenes, que no baches, que tenía la pista. Rodando hacia la plataforma, aquello nos mecía. Ya veremos el despegue.

Nos recibieron unos señores compañeros de Protección Civil. Nos tomamos un café, me depedí de mi amiga y despegue hacia Garray. Teóricamente tendría que ser de los primeros en llegar, ya que yo organizaba esa noche, pero había llamado a mi hermano y había «nubes feas». Así que, conocedor de la zona, no me importó asegurar el viaje.

El viaje, coñazo. El avión no quería volar. Había pompas que te montaban en una ola y tenías que picar, para pasar a las bajadas con motor y palanca atrás. Daba igual la altura a la que fueras. Se meneaba igual a 100 pies que a 6000. Para el paso de la zona de Urbión, ya tengo establecidas unas alturas que es por donde menos meneos hay. Un poco de viento en cola y a 180 km/h de GPS, en hora y media me planté en Garray. A unos 20 km de Garray el viento cambia de pronto y se pone viento en cara. Eso ocurre siempre en Garray. Yo creo que hay un flujo de viento vertical que cae sobre el campo y se desparrama en todas direcciones al llegar al suelo, porque vengas de donde vengas, en Garray, viento en cara.

Localicé el campo en seguida. Más que nada por la polvareda que levantaban los aviones. La superficie estaba muy mal, así que había conseguido, dos semanas antes de la vuelta, que se pasara una motoniveladora y un rodillo, quitando la capa superior de tocones de hierba. La mejoría era importante, pero tenía el inconveniente del polvo. Como el resto sólo lo iba a utilizar una vez, pensé que no les importaría. Que piensen que yo me lo chupo todos los días que vuelo. Espero que salga otra vez hierba. Aunque tuve la esperanza de que hubiera llovido un poco.

Cuando llegué, era prácticamente el último. ¡Valiente organizador!. La gente había montado las tiendas y los aviones estaban atados. Mi hermano me había llevado el coche. Me prohibieron entrar por la rodadura por el polvo que se montaba. Bien hecho. Alguien había tomado las riendas.

Comentamos con Antonio el plan de la noche y la gente se fue al pueblo andando. Es un paseo de unos dos Km y agradable, por la vega del río Duero. Me hubiera gustado tener un autobús, pero era un gasto fuerte para dos Km. Lo malo sería volver después de cenar.

Le explico al personal donde está el restaurante y me quedo a esperar a los autogiros, pues se hacía de noche y no aparecían. Ya de noche, les llamo por teléfono y me comentan que están a 40 Km. Llamó también el marido de «la Santa», que se había quedado tirado en el mismo pueblo pero sin saberlo. Resignada y jurando no sé que de quitar las bujías al autogiro, se montó en el 4×4 y se fue al rescate.

Como no había nada más que hacer allí y la cena iba a empezar, me fui para el restaurante. Yo tenía el plan de dormir todos junto al río en el pueblo y, así, por la mañana, bañarse en las heladas aguas del Tera, desayunar y paseito al Campo. Pero ya habían montado las tiendas. Se lo comenté a Pablo y su esposa. Ser apuntó, más que nada por el baño matinal. Error. Culpa mía. Me remorderá la conciencia eternamente. Por la noche, a las tres de la mañana, les apareció la Guardia Civil a echarles del lugar. Por mucho que les explicaba que tenían permiso del Alcalde, los miembros de la benemérita no se lo creían. Consiguieron convencerles y les dejaron, más que nada porque no tenían vehículo. Pero, además, se les rompió un palo de la tienda; y para colmo con el ruido del agua del río… Total, que no pegaron ojo en toda la noche. Lo siento.

En la cena, le comenté al Director de la vuelta que en el café, se levantara y dijera que no se fuera nadie, que quería decir unas palabras. Lo que iba a decir es que estuvieran tranquilos, que en mi casa no habría guardianes en la puerta y que cada uno pasara a pagar por la barra. Si algún geta no pagaba, ya pagaría yo su parte. Sentí alivio cuando me dijo que habían hecho cuentas y esa cena la pagaba la organización. Se lo agradecí y le comente lo que iba a haber hecho yo. En los cafés, Antonio se levantó y, después de contar la aplaudida noticia del pago de la cena, me pasó la palabra. Palabras de agradecimiento, dije, hacia la organización, primeramente por el pago de la cena y correr con unos gastos que el club, o sea, yo, no podía asumir; y segundo por haber contado con el Campo de Garray para el paso de la vuelta y así fomentar este noble deporte en la provincia y bla, bla, bla…

Parece que la gente estaba satisfecha con la cena. Entrantes típicos, salmón marinado y postre. Para ser sincero, todo lo preparó el gerente del restaurante. Yo solo le dije cuantos y cuando. Le comenté que un menú sabroso, no pesado y de buen precio. Como siempre, me hicieron quedar en buen lugar. No sólo eso, si no que al terminar la cena, con sus tres furgonetas acercaron a la gente hasta el campo.

En el acto del meeting, se hizo un breefing para la siguiente task. Quiero decir, que ya que estábamos todos reunidos escuchándome a mí diciendo tonterías, aproveché la ocasión para comentar con los pilotos los pormenores de la etapa del día siguiente y así que se enterara todo el mundo. Era importante pues hay una zona restringida militar entre Garray y Villanueva que hay que esquivar, y dadas las experiencias anteriores, era aconsejable.

Después de la cena, varios hablamos con Antonio Roset y parte de sus colaboradores. Les expusimos todas nuestras discordancias y quejas, sobre todo el tema económico. Por ello, ya que en su momento se lo dije a él y no he recibido respuesta ni explicación alguna, me creo con el derecho de narrar esta historia criticando la actuación de parte de la organización.

Estaba cansado. Cuando iba a montar la tienda pensé que mi casa estaba cerca y sola. Me imaginé la ducha, la cama, dormir, silencio, paz …..

Lunes 13. Garray – Villanueva de Gállego – Garray.

La cosa es que no dormí bien. La cama era demasiado blanda y me faltaba la piedra que durante todo el viaje había estado intentado atravesarme las costillas. Lo que menos me costó fue recoger la tienda, pues fue simplemente sacarla del maletero del coche y meterla en el armario.

Llegue al campo sin nada que hacer. La gente estaba recogiendo las tiendas, yo había repostado con gasolina que tenía en el hangar y estaba preparado. Me llamó Isabel. Venían para aquí con los autogiros y me pidió que les guardáramos gasolina. Se lo dije al amigo Xavi y me quedé a esperarlos, por si alguien necesitaba algo. Un motor que no arrancara, una batería, algún imprevisto de última hora.

La gente se marchaba sin contratiempos. Llegaron los autogiros, repostaron y salimos hacia Villanueva. Había mirado el tiempo y aseguraban tormentas para la tarde. Como siempre que salgo de Garray, pensé en la hora de salida pero no sabía la de llegada, o incluso el día, porque cruzar el Moncayo con tormentas no es nada aconsejable.

El viaje es ya conocido y no pasó nada que no pasara en el del primer día. Lo único curioso fue que vi un Airaile conocido y le di una pasadita rápida, apartado para no molestarle excesivamente y uno que se quedó sin GPS durante unos momentos y se iba a conocer otras rutas, otros mundos. Cerca de los radares, en el punto de giro para evitar la zona restringida, coincidí con Pablo. Habíamos salido juntos pero nos habíamos perdido de vista. Llegamos juntos a Villanueva. Aterricé y pensé lo mismo que todos: Fin de la vuelta. ¡Por fin una vuelta completa!. Por motivos de trabajo o por accidentes, nunca había conseguido terminar una. Había hecho etapas. Incluso una vuelta hice más kilómetros que los de la propia vuelta porque la hice en dos tramos, pero una entera desde el principio hasta el final no lo había podido hacer todavía.

Para no extenderme (ja, ja), os contaré que en Villanueva todo estaba perfectamente organizado, como siempre que este club organiza algo. Autobús a la piscina, comida en el pueblo y autobús de vuelta al campo.

La comida de clausura fue estupenda y divertida. Se dieron los diplomas de participación, siendo especialmente emotivo el momento de nombrar al fallecido. Se dieron las palabras de agradecimiento de las personalidades correspondientes y se clausuró la vuelta definitivamente, a falta del último repostaje. Besos, abrazos, apretones de manos y cada mochuelo a su olivo.

Pero, la cosa estaba fea para volver a casa. Encima del Moncayo había una tormenta de mil pares de…, digamos pelotas. Llamé repetidas veces a las torretas de incendios del Moncayo hasta que me aseguraron que la tormenta había pasado. Yo miraba la zona desde Villanueva y hasta le pregunté a Batalla dónde estaba exactamente el Moncayo, indicándome justo debajo de una nube muy negra y grande.

No sabía que hacer, así que me esperé. A las ocho de la tarde ya no me lo podía pensar más. O despegaba o me quedaba a dormir, lo que no me apetecía porque no tenía ni equipaje, ni bolsa de aseo ni tienda. No tenía ni bañador, que me lo tuvo que prestar un compañero para ir a la piscina.

Me dieron la idea de que si estaba mal me volviera y listo. Dicho y hecho. Arranqué el avión, despegué, como no había tráficos di una pasada viento en cola para despedirme y, como dice la canción, camino Soria. Al pasar por la zona de los radares la cosa estaba muy fea. Daba unos bandazos exagerados. Pensé que si en el valle del Ebro estaba igual me volvía. Fui subiendo poco a poco y el baile se hizo más suave. Con la música me entretenía y así no pensaba en tonterías. De pronto, a 6000 pies y cerca del Moncayo, la cosa dejó de menearse y apareció una vista maravillosa. El sol estaba detrás de una nube y muy bajo. La bruma ocasionada por la reciente lluvia inundaba los valles de mi derecha y se teñía de color rojo por el ocaso. Las nubes que hasta ese momento me habían parecido amenazadoras, ahora me parecían increíblemente bellas y pacíficas, iluminadas del mismo color rojo vida que lo inundaba todo. El Moncayo me observaba con su majestuosidad y, gentilmente, me había dejado pasar hacia casa, a ver, por fin, a mis hijos.

Y es que somos infinitamente pequeños y frágiles en un mundo infinitamente grande y hermoso. Si volar es lo que me hace comprender esto, ahora entiendo mi afición apasionada. La vida y la amistad.